martes, 25 de febrero de 2014

RITUALES COTIDIANOS

Hoy voy a hablar del libro Rituales Cotidianos, editado por Turner, del escritor estadounidense Mason Currey el ha reunido una extensa colección de estas costumbres que tienen las mentes más brillantes de los últimos 400 años. El origen de este libro se halla en el blog Daily Routines que él mismo ideó una tarde de verano de 2007 en lugar de escribir el artículo que debía entregar al día siguiente para la revista de arquitectura en la que trabajaba.
Entre los rituales los hay maniáticos y ordenados, como Stephen King trabaja todos los días del año, incluidos festivos, a partir de las ocho de la mañana, y no se permite levantarse hasta haber producido 2.000 palabras,John Updike escribe todas las mañanas de manera regular, Isaac Asimov interiorizó de tal modo el horario de trabajo en la tienda de caramelos de su padre, que trabajó toda su vida de seis de la mañana hasta la una de la madrugada del día siguiente.
Charles Dickens necesitaba un silencio absoluto para escribir y su estudio tenía que estar escrupulosamente organizado, con el escritorio frente a la ventana y, sobre él, sus plumas de ganso y tinta azul junto a un jarroncito de flores frescas, un abrecartas, una bandejita con un conejo encima y dos estatuillas de bronce. Los hijos de Thomas Mann tenían prohibido hacer ruido entre las nueve de la mañana y mediodía; el novelista alemán escribía sólo en ese lapso y todo lo que llegara después debía esperar al día siguiente. Para evitar interrupciones, Tolstoi se aseguraba de que todas las habitaciones contiguas a su estudio estuvieran cerradas con llave antes de sentarse a escribir.
También los hay caóticos y desenfrenados Glenn Gould se pasaba el día encerrado en su casa de Toronto; aseguraba no practicar al piano más que una hora diaria, y el resto del tiempo lo dedicaba a leer, hacer interminables listas de tareas pendientes, estudiar partituras y llamar por teléfono a diestro y siniestro, lo que le suponía facturas de cuatro dígitos.


Agatha Christie escribía en cualquier sitio, lo mismo le daba la encimera de mármol del lavabo que la mesa del comedor. Simenon podía pasarse meses sin trabajar y luego le salían 80 páginas de un tirón. El estudio donde pintaba Francis Bacon era un batiburrillo que llegaba hasta las rodillas de libros, pinceles, papeles, muebles rotos y otros desechos. Otros como ya es sabido en los artistas vivían a golpe de barbitúricos y alcohol Faulkner era dependiente del whisky; John Cheever, que durante un tiempo logró atenerse a la rutina de bajar en traje a los trasteros de su edificio y ponerse allí a escribir en calzoncillos, vio cómo poco a poco sus sesiones de escritura eran cada vez más cortas mientras que la hora de los cócteles comenzaba cada vez más temprano.
Louis Armstrong fumaba abiertamente marihuana -gage, como él la llamaba- durante sus giras interminables, en tanto que Sartre era adicto al alcohol, los barbitúricos y el Corydrane, una mezcla de anfetaminas y aspirina que Francia no prohibió hasta 1971. Truman Capote admitía que no podía pensar sin un cigarrillo entre los dedos y algo de beber., así un sinfín de manías que se ven reflejadas en este libro. Más de ciento sesenta escritores, pintores, científicos o inventores desfilan por estas páginas, bajo una luz nueva: la que nos deja ver sus rituales, manías, tics y rarezas a la hora de trabajar (o de no trabajar). (Fuente de información el mundo)

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